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  • Writer's pictureMidangelí Haydée

El Sofá


Qué lindo es salir con algún ser querido: disfrutamos y la pasamos bien. A uno le da pavera, recuerda cosas del pasado, se ríe de cosas del presente y se imaginan loqueras que puedan pasar en el futuro. Somos tan felices, que nadie se alarma o le pasa por la mente pensar que la persona que tanto te hace reír, con quien eres tan feliz puede sentirse mal por dentro. No nos cabe en la cabeza que con esa persona que dormimos todas las noches, con la que hablamos todas las mañanas, con la que texteas todos los segundos de tu día, que te ama tanto, que te desea lo mejor, que te vuelve loco de amor, puede sentirse así.


Pero la realidad es que pasa y nos pasa a todos. No importa lo que suceda en este mundo, en algún momento de la vida nos sentimos así. Algunos lo identifican a tiempo, otros lo saben y no buscan ayuda, y hay otros que viven en la oscuridad sin entender por qué la luz nunca les da. Es un sentimiento universal que nos conecta pero que hace todo lo posible por alejarnos, porque no somos capaces de enfrentar y aceptar el dolor. Pero tenemos que enfrentar realidades y nada es perfecto, así que, hay veces que nada está bien. Y todos buscamos distintas maneras de manejarlo: orando, riendo, llorando, callando, aguantando o escondiendo. Y esto no solamente va para un diagnóstico de fibromialgia, esto va para cualquier diagnóstico o situación que cambie nuestra forma de vivir por completo.


En realidad, los días después de escuchar la noticia no se puede decir que me aislé, porque siempre quería andar acompañada de alguien. Además, mi novio, mis padres y mis amistades siempre estaban conmigo ayudándome con cosas de la boda. Pero a la vez, no veía porque al menos no podía estar en negación con misma, en silencio, donde nadie nos escucha ni nos juzga. Porque a veces el silencio es de las cosas más ruidosas y su discordancia es lo que nos ruega rescate. Aún así, la negación no me duró mucho porque comencé a sentirme responsable de todo lo que me estaba sucediendo y mi negación se convirtió en enojo. Quizás pensarán que todo esto lo hacía en la privacidad de mi habitación; me miraba al espejo y con un costo alto, porque sigues buscando explicaciones y quieres entender cómo tu cuerpo te hace esto. Pero en realidad, la mente nunca descansa, no de verdad. Así que mientras trabajas, conduces, hablas con tu novio, coordinas tu boda, descansas y ves TV desde el sofá, cenas, te bañas, te preparas para dormir, en segundos incontrolables, tu mente divaga a una penumbra, y piensas en: ¿qué pecado cometí para merecerme esto? ¿Porqué de todas las personas, fui yo? ¿Cómo se pudo prevenir esta situación? Y todo esto mientras otra parte de tu cerebro va registrando cómo hacer todas las cosas que se tienen que hacer con todo y dolor. Porque como les expliqué, no importa qué, siempre tengo dolor. Y no es hasta que te preguntas cómo pudiste evitarlo que te llevas tu solo a negociar, nuevamente con misma, o con Dios, la culpa.


La culpa de sentirte responsable de que quizás pudiste haberte untado OFF® un día que fuiste en falda o sobre el mahón a la universidad. Así te protegías del mosquito, el chikungunya no te daba y evitábamos toda esta historia que aunque se narra al detalle y con arte, es triste. Quizás si hubieras estado pendiente a cualquier picada y la hubieras tratado a tiempo, nos hubiéramos evitado tener que vivir de hoy en adelante con fibromialgia. A lo mejor, ya la tenías y explotó en tu cuerpo y como había un brote de chikungunya recibiste un mal diagnóstico y estabas destinada a esto y nadie podría salvarte. Pero espera, Dios puede salvarme, so…de repente te crees especial y piensas que haciendo un trato con Él puede sanarte de esto. Y luego te culpas otra vez porque a lo mejor si te dedicaras a Él como muchas otras personas devotas, esto no te hubiera pasado.


Entonces llegas a un lugar que sabes en dónde estás, pero no sabes si en realidad estás, pero en el fondo sientes que sí. Entonces te asusta estar ahí porque puede significar más medicina, más tratamiento, más doctores y el qué dirán. Y definitivamente, ya eso no te hace falta, porque pasarás toda tu vida buscando ayuda porque tu cuerpo esta luchando contra él mismo. Así que mientras todos te ven con un traje de colores que te pusiste con todo el esfuerzo que merece mover una nevera, cuando te miras en el espejo sabes que en realidad andas con un traje negro.

Entonces es ahí cuando te sigues dando cuenta que como estás en un lugar que sabes en dónde estás, pero no sabes si en realidad estás, pero en el fondo sabes que llegaste y te miras y entiendes que estás de luto. De luto por aquellas cosas que podías hacer que ahora no puedes. Y entonces abres tu closet y vas sacando zapatos altos, sandalias flats porque terminas con los pies inflamados, ropa ajustada, descartando actividades simples, quedándote con un trabajo part-time acabando de graduarte porque al menos estás cuatro horas sentada y luego te vas a descansar. Luego guardas todas tu libretas de poesías y escritos, guardas con cuidado las ganas de pintar, envuelves el micrófono con elegancia, archivas todos tus dibujos, pasas la llave de tu carro, empacas todos tus sueños y todo esto mientras tu universo piensa que estás empacando porque te casas y te mudas con el hombre que va a cuidar de ti incondicionalmente. Como cualquier otra enfermedad crónica es despedirte de tu pasado, enfocarte en tu presente y que te sorprenda el futuro. Así que pasas de ser una organizadora compulsiva a vivir el momento. Para planificar tus cosas de hoy para hoy y quizás para mañana porque no sabes si te sientas con dolores a los que ya te acostumbraste o si tu cuerpo decide morderte sin tu consentimiento. Porque si te muerde, sabes que terminarás adolorida en la cama o en el sofá.


Entonces tu mamá te invita a salir y no quieres porque la última vez tuviste que volver en hora y media porque te sentías mal. Así que te quedas en el sofá con tus dolores viendo TV. La amiga del trabajo te pregunta si quieres almorzar y le dices que no con el corazón roto porque aunque ella te hace sentir mejor, tu cuerpo nunca se desconectó de la cama, está battery low y estás loca por volver a casa, para tirarte en la cama o en el sofá. Tu novio te visita después del trabajo para coordinar la boda y tu estás toda adolorida tirada en el sofá y ves a través de sus ojos cómo su corazón se rompe lentamente y aún así, se queda a tu lado. En el sofá, pasando tus dolores mientras el amor de tu vida te mira con impotencia por no poder hacer algo que te ayude. Tus amigos se reencuentran y como hace mucho no los ves, te tomas lo que sea y aunque tengan que ayudarte a vestir a tus 23 años, vas porque no quieres dejar de sentirte con 23 años. Además, no puedes pasarte la vida en un sofá.


Entonces, como en cualquier otro luto, uno se preocupa de que no hayamos pasado tiempo suficiente con otros que dependen de nosotros. Y aunque nadie dependía de ti, sí te pones a pensar en todas esas cosas que aún no has hecho que quieres hacer. En los planes que tenías para tu vida, tu carrera, objetivos personales. Piensas en la comida que tienes que sacar de tu vida porque te da más dolor. Piensas en los viajes que quieres hacer que no has podido hacer. Ya saben, como todos hemos hecho cuando comenzó esta pandemia, pensar en cuándo saldremos a lograr lo que teníamos planificado, pues así. Como todos hicimos en marzo de 2020, así hice en aquel momento.


Empecé a despedirme en privado de todo eso que ya no podré hacer por mi fibromialgia. Pero entonces en secreto, cuando te topas con algo que ya no puedes hacer, lo intentas como quiera porque no puedes creer que te tienes que despedir de eso también. Pero te despides y en cierto modo le das gracias a tu cuerpo por haber realizado esa función al menos 23 años de tu vida. Y aquí mis queridísimos lectores, empiezas a aceptar tu nueva realidad. Así que dejé de preguntarme cómo hacer las cosas y ya estaba en automático haciéndolas con mi dolor. Iba a trabajar aunque sintiera dolor porque no quería faltar. Tu mente divaga automáticamente hacia la penumbra y no tienes control. De momento la máscara se tatúa en tu rostro y la tienes puesta siempre. Ya no te la quitas al llegar a casa, al estar con el novio, con la familia, con las amistades. No solamente la tenías para ir al trabajo o al mall, sino que te bañas y está puesta. Te lavas la cara y no se va. Te maquillas y es como tatuarla más. Te untas cremas y la máscara lo aguantaba. Intentas todo para entonces quitarte la máscara. Para que todos vieran quien de verdad eres con la fibromialgia. Invertí en tiempo a solas, en salidas con amigas, en tiempo con mi hermano, en tiempo por tiempo. Nada parecía ayudarme a arrancar esta máscara. Porque en realidad, nada te quita la máscara.


Entonces, aunque sabes que estás en un lugar que sabes en dónde estás, pero no sabes si en realidad estás, pero en el fondo sabes que llevas tiempo hospedándote en él, sigues ahí y sin encontrar el valor de poder ser diferente a todos y volver a ser tú. No importa si en algún momento fuiste de los que viven en la oscuridad sin entender por qué la luz nunca les da. No importa si lo identificaste ahora en este preciso momento. No importa si siempre lo supiste y decidiste moverte hoy. No importa si siempre lo supiste y siempre te ayudaste. Lo que importa es que te ames lo suficiente para ayudarte. Y que tengas personas a tu lado que te amen tanto que te miren a los ojos y te digan que lo necesitas. Entonces, aunque el luto te lleva a este lugar que te pisotea y te lastima y te hace sentir como que no hay salida de nada, donde miras hacia arriba y quien te está lastimando no es la gente que te juzga, ni critica, ni te exige, ni las que no cree en tu condición, eres tú…pues, te sigues confirmando que es parte del luto. Porque él es así, es un proceso que cualquier persona lo termina cuando lo necesite, pero tiene que pasar por todas sus cinco fases para sanar. Es un proyecto de vida, cinco fases y todo; mi profesora de Manejos de Proyectos estaría orgullosa de mí.


No me juzguen por haberme sentido así antes al escuchar esta noticia, estoy consiente que pueden haber enfermedades con un riesgo más alto. Pero esta es la que me tocó vivir y la que comparto la cruda realidad. Porque cuando te enteras de un cambio impactante de tu vida y permanente, tenga que ver con salud o no, es inevitable, tarde o temprano sentirse así. Hay que entender que puedes tenerte confianza y tener ansiedad, puedes verte saludable y sentirte indispuesto, puedes verte feliz y sentirte impotente, puedes ser hermoso y sentirte horrible. Pero esto no te hace débil, un humano roto o mala persona. Te hace humano. Porque todos pasan por una batalla interna que no conocemos y es por eso que, como no sabes la batalla tiene el resto del mundo, siempre debes ir en son de paz y tener empatía. Así que, llama ese amigo que se ríe mucho, llama a tu mamá porque el divorcio con tu padre aún le puede seguir doliendo, llama a tus abuelos porque su crianza los puede estar afectando, llama a tu hermano, a tu primo, a tu compañero de trabajo que vive solo, a los que acaban de perder un familiar, a los que estar encerrados en una cuarentena los ha afectado más, a los que perdieron su trabajo, a los que no pueden ver a sus hijos, a tu esposo, a tu novio, a tu novia, a ese ser querido que no para de sonreír o hacer chistes, o siempre está frustrado porque no entiende porque la luz no llega, escríbele, llámalo. Esa es la persona que más te necesita y te lo pide a gritos preguntando que porqué la gallina cruzó la calle.


Así que, aunque no es lo más saludable pensar así, no significa que tus sentimientos no cuentan. Tus sentimientos lo son todo y valen tanto como tú. Si son tuyos. Y a veces el mismo miedo, la ansiedad, la preocupación, el pánico puede tener dos significados: puedes olvidarte de todo y huir o puedes enfrentarte a todo y crecer. Pero tú escoges qué quieres hacer con ello. Así que te miras al espejo con la máscara tatuada y no puedes creer que te haz convertido en la hipócrita más grande del mundo, hasta de ti misma. Porque no sólo engañas a tus seres queridos, sino que engañas a la persona que más amabas en este mundo: a ti. Así que entre lágrimas sacas las fuerzas de donde sea y sigues removiendo la máscara. Toma al menos entre 3 a 10 sesiones de láser para removerla, pero no te detienes. Porque recuerda, te estás engañando más a ti de lo que engañas a tu universo. Y mereces el poder de ser tú con todo y fibromialgia. Nada te quita la máscara, pero alguien sí. Así que, como no puedes más, vuelves a tomar de la mano el coraje, negocias con misma, escuchas la vocecita de tus seres queridos y te sientas en el sofá frente a la doctora y dices: “Estoy aquí porque estoy deprimida”.

Gracias a mi esposo y mi amiga Ana quienes me ayudaron a entender lo importante que es la salud mental y que necesitaba ayuda.  Definitivamente no soy la misma de hace tres años.  La depresión es real. Mes de la concientización de la fibromialgia y la salud mental.

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