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  • Writer's pictureMidangelí Haydée

La Calle 4

Había una vez una pareja que planificaba su boda. Todos los detalles eran importantes para ambos. Significaban tanto para ellos que, entre otras cosas, habían olvidado que aún no habían conseguido dónde vivir. No, no lo dejaron para lo último, habían visto varios lugares. Pero tú sabes cuando el lugar es perfecto porque está en tu presupuesto y tiene todo lo que necesitas. Así que mes y medio antes de la segunda boda, retomaron el tema: ¿Dónde vamos a vivir? Cuando solamente queda mes y medio para tu boda y no has conseguido dónde vivir, la ansiedad sube y el dolor se apodera. Pero nos enfocamos en que tenemos que conseguir el lugar. Así que re-inicia la búsqueda de un lugar acogedor, donde podamos dormir, cerca de los trabajos para yo no tener que guiar tanto y donde nos sintamos seguros.


Buscamos por todas partes y nada que nos llenara y que valiera la pena se encontraba. Hasta que un día al Jesús salir del trabajo me comenta que una compañera sabe de un lugar donde están rentando. "Es una ganga" dijo ella. "Tiene marquesina, dos cuartos y hasta un patio pequeño atrás. El señor que lo renta es bien bueno y brega super bien." Considerando que solo quedaba un mes, no veía por qué no ir a verlo. Así que ese día, Jesús me recogió en el trabajo y me llevó a verlo. No sabía por dónde andaba, pero confiaba tanto en él que sabía que me llevaría a un buen lugar. Cuando llegamos y vimos esa casa de dos pisos quedé impactada. Porque hasta un balcón tenía en el segundo piso. Digo, ya sabíamos que no era toda la casa lo que íbamos a rentar, pero se veía como una casa muy bonita y se apreciaba mucho. Tan pronto la ví le dije a Jesús: "¡Me encanta!". La sonrisa que me dio él en aquel momento fue de: "Wow. Ella es picky. Conseguí entonces un buen lugar. Qué bueno que le gusta." Llega la persona que nos va a mostrar el apartamento. Mientras abre, desde el portón blanco se podía ver la cocina a través de las ventanas de cristal. "¡Mira la cocina Jesús, qué hermosa, me encanta!"; "Te gusta Haydée?"; "Síiiiii que bonita, desde acá se ven los muebles". El señor abre el portón y nos abre la puerta. El apartamento estaba completamente desnudo. Los que vivieron antes no habían dejado nada; ni escrines tenían. Todas las paredes eran cremas y el techo blanco. Los gabinetes eran de PVC con laminado en madera color crema pálido. La losa del suelo era blanca con líneas grises y cremosas como si fuera mármol o cuarzo. Las puertas principales de la entrada y del patio eran color crema pálido con ventanas de cristal, doble seguridad y resistentes a terremotos y huracanes. Las puertas de los cuartos eran de madera. Cuando entrabas al apartamento era un open space de: comedor a la derecha, cocina a la izquierda y al lado de la cocina la sala con la puerta hacia el patio. Eran dos cuartos con closets y un baño. De verlo se sentía lo perfecto que era para nosotros. Así empezamos nuestro matrimonio: con un apartamento pequeño, con trabajos part time y con un solo carro porque el mío después de un tiempo dejó de funcionar.


Como siempre puede suceder, no todos estarán de acuerdo con tu decisión. Pero para nosotros tenía más valor que ese apartamento tenía muchas cosas para lo que podíamos pagar. Lo amueblamos en las semanas que faltaban para la boda y lo dejamos limpio y listo para recibirnos luego de la luna de miel. Estábamos tan contentos de comenzar nuestra vida juntos. En privado, en nuestro apartamento pequeño, pero felices.


Regresamos de nuestra luna de miel, instalamos la luz y dormimos la primera noche. Que silencio sepulcral había. Yo vivía rodeada de vecinos que daban a conocer su presencia a distancia. Donde mi cuarto daba al laundry y siempre escuchaba a quien lavaba ropa. Una urbanización donde fácil el 35% tenía una motora y escuchabas esos alborotos. Donde vivía rodeada de perros ajenos que ladraban todo el santo día. Y mi apartamento pequeño era un silencio sepulcral. Había tanto silencio, que mis emociones se apoderaron de mí nuevamente y lloré. Tenía miedo de dormir con la puerta del cuarto abierta aunque no hubiera aire y necesitase el fresco. La puerta tenía que estar cerrada para sentirme segura.

Luego de algunas semanas me acostumbré. Y comenzó nuestra vida. Esos momentos los atesoro muy bien. Salíamos al medio día, almorzábamos y luego toda la tarde y noche juntos. Para hacer lo que quisiéramos: ir al cine, comer, dormir, jugar videojuegos, juegos de mesa, pasear...tantas cosas que hicimos. No dejábamos de pasar por alto nuestras metas, pero disfrutábamos el momento. Pero Jesús tenía tres trabajos part time y a veces pasaba mucho tiempo sola. Así que decidimos llenar el vacío y a principio de febrero 2017 llegó Lumis Máxima a nuestro apartamento.


Con el tiempo Jesús se quedó con dos trabajos y como ambos trabajábamos en un Call Center, nos dimos cuenta de que era tiempo de un cambio. Tú sabes cuando tu cuerpo te dice como Rafiki™: "It is time". Luego de tres meses de habernos casado, comenzamos a buscar oportunidades de crecimiento dentro de la compañía donde cada cual trabajaba. Juntos revisamos nuestros resume y comenzamos a solicitar. A las semanas de Jesús solicitar, recibió respuesta para dos entrevistas. Lo escogieron en una de ellas y adquirió su full time. Fuimos con nuestras amistades a celebrar. Nuestra segunda familia. Solo faltaba Midangelí, pero no era su momento aún. Tomó 15 rechazos y la inclusión en un proyecto especial para llegar al trabajo deseado. Fueron momentos frustrantes, alegres, de tristeza, donde la esperanza se va, pero el apartamento firme, cobijándonos durante todos nuestros procesos. El trabajo ideal llegó, lo acepté y que la vida continúe.

Estábamos tan felices de nuestros logros. Pero francamente, necesitaba con qué moverme, así que tomamos la decisión de invertir en un vehículo. Y luego de ocho años, desde mi primer trabajo hasta el adquirido en ese momento, fue que pude al fin comprar un vehículo para mí. Está hermosa y blanca. Recuerdo aquel 12 de agosto de 2017 cuando llegamos al apartamento con la guagua. Esa noche Jesús prendía la luz de la marquesina para verla y me miraba y me felicitaba. Creo que estaba hasta más feliz que yo.


Luego en menos de un mes, llegaron dos huracanes y en ambas ocasiones los pasamos en casa de mis padres porque podría inundarse. De las experiencias y las decisiones se aprende. Quizás para el huracán María debimos quedarnos, porque después poder regresar al apartamento demoró por la ausencia de la gasolina. Cuando llegamos a nuestro apartamento semanas después, todo parecía estar bien, hasta que llegamos a nuestro cuarto: inundado, ropa salvable, ropa perdida. Pero con mucho amor salvamos lo que pudimos, descartamos lo que ya no podía ser y limpiamos el apartamento con amor. Aunque estuvimos tiempo lejos de él, lo visitábamos para asegurar que estuviera bien y para verificar que llegó la luz. Cuando regresamos faltaba abrazarlo y besarlo, lo habíamos extrañado mucho.


Cuando vives rentado te acostumbras al lugar y empiezas a añadir cosas para verlo hogareño, darle cariño. Pero de momento ya no tienes counter en la cocina para todos los dispositivos cocineros, tienes que recoger más que antes para lograr verlo con menos cosas y así siguen surgiendo escenarios donde el apartamento nos iba diciendo: su tiempo conmigo está llegando a su fin. Y un día cuando abrimos la puerta nos encontramos a Rafiki™ de nuevo y nos dijo: It is time. Porque cuando miramos para atrás vimos lo pequeño que se hacía y lo grande que ya estábamos para nuestro apartamento pequeño.

Y así que, aunque esta historia continuará, llego el momento de entregarlo. Pues logramos uno de nuestros sueños y metas como esposos, así que llegó el momento de partir. Y mientras te preparas para partir a esa nueva aventura, lo ves como un proyecto, por fases y que poco a poco llegará a su fin. Y no pasa nada mientras empacas todo, pero cuando el apartamento pequeño se va poniendo grande como el primer día que lo viste luego del trabajo, ahí vas sintiendo lo real que es el momento. Cuando guardas esos artículos hogareños, los que definen tu familia, los que le añaden valor a la tranquilidad del regreso del trabajo… cuando todo va desapareciendo poco a poco, emociona muchísimo. Y cuando empiezas a mudar cajas más aún. Y cuando alquilas la camioneta para llevar la nevera y la estufa aún más porque tu nueva casita ya tendrá nevera y estufa. Pero cuando ya no queda nada ni por error y vas a cerrar la puerta por última vez… como sentí esa despedida en el alma.


Me despedí de cuatro navidades, aniversarios, cumpleaños, huracanes y temblores fuertes, viajes a Disney, momentos difíciles, mi primera oficina en la pandemia. Me despedí de horas haciendo invitaciones, hablando por teléfono, llegadas de madrugada, de reuniones con amistades. Las paredes que aguantaban las quejas de las visitas por el calor. Me despedí de las paredes que me aguantaban durante mis dolores, mis insomnios; las que me vieron llorar de dolor, estrés, ansiedad, depresión, por situaciones especiales, por mis citas con la psicóloga. Oh! Pero también de las que me vieron reír a carcajadas a las 11:00 p.m. ya sea por puras ocurrencias de Jesús Manuel o la repetición de mi serie favorita. Las que me ayudaban a hacer yoga poco a poco. Abracé las paredes que me hicieron crecer aún más. Las paredes que se reían de las diferencias de estilos de convivencia entre Jesús y yo. Las paredes que adoptaron a Lumis Máxima y la vieron crecer; las mismas que dejaban que ella hiciera lo que le da la gana. Me despedí de las puertas que nos protegieron tanto. De las puertas que nos aceptaron con un trabajo a medio tiempo, juventud, amor y esperanza, y nos convirtió cada vez más en la pareja y personas fuertes que queremos ser. Cerré el capítulo del apartamento pequeño. Hoy duermo en la misma cama, pero en un cuarto nuevo. Pero jamás olvidaré mis cuatro años en la Calle 4. Nos hizo más fuertes que nunca. Nos enseñó a que siempre se empieza pequeño, pero para coger fuerzas para seguir en grande. No somos los mismos de hace cuatro años, pero sí nunca hemos soltado la fe, el trabajo duro y en equipo, y las ganas de salir adelante. Con todo y fibromialgia. Por más difícil que haya sido, las lágrimas están para sacar las emociones, se sacan y se continúa. Así que, gracias a la Calle 4 por tanto.


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