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  • Writer's pictureMidangelí Haydée

Mi Nueva Amiga


Captura de nuestro Love Story por Raúl J. Herrera.  
Este blog es sin fines de lucro.

Los detalles que conlleva coordinar una boda son excesivos, al menos para mí que soy tan detallista. Coordiné desde las invitaciones hasta en qué silla de cada mesa se iba a sentar cuál invitado. Mi segunda boda no fue tan común como el cuento de hadas que fue. Al menos no senté toda mi familia de un lado y toda la familia de mi esposo en otro. Decidí que todos se iban a sentar como Pocahontas, “a donde los lleve el viento”. Así que mezclé a todo el mundo. Aunque la mesa era completa de miembros de esa familia, en ambos lados del salón podías encontrar familia y amistades de ambas partes. Además, en cada lado del salón había dos mesas imperiales donde se sentaron las personas más significativas: Mesa 1-nuestros padres, abuelos y hermanos; Mesa 2- Amistades más cercanas de ambos. Desde pequeña he sido fomentadora de la equidad. Pero lo más bello de todo, mi esposo y nuestras amistades nos apoyaron al mil por ciento y siempre estuvieron ahí en cada embeleco, en cada detalle, en cada momento especial. Bueno, se acabó la boda y ellos se fueron a celebrar. Quiero pensar que siguieron celebrando nuestra unión. Después de todo, nos conocemos desde niños pero nos enamoramos en la universidad.


El corazón me va a millón de tan solo recordar ese día. Y es que amo tanto cada segundo de él. En conversaciones de estas profundas que tienes con amigos, cuando llega la pregunta: ¿Qué día revivirías?, siempre contesto: “El día de mi boda”. No es sólo porque dentro de mi fibromialgia logramos tener cada detalle que imaginábamos, sino que recordar todas las emociones que sentimos ese día, ese momento en el que dijimos: “Sí quiero” frente a todas las personas que amamos, es un momento perfecto. Así que, cuando me preguntan: “Si te fueras a casar otra vez con tu esposo y tuvieras que escoger entre tu boda o casarte ante el juez e irte de viaje, ¿Qué escogerías?” siempre contestaré: “Mi boda”. Este mundo nos ha llevado a pensar que uno gasta miles de dólares en una boda para darle la oportunidad a que las personas se pongan lindos fuera del código de vestimenta de la invitación y que vayan a comer. Yo no escribo en este blog para mentirles, les digo, es verdad, la gente va a comer y a veces hasta ni fotos se toman contigo. Pero en realidad, cuando invitas a las personas correctas, a las que amas y están todas en ese lugar, el momento es perfecto. Miras al rededor del salón y la amiga que está leyendo el brindis perfecto que escribió para ustedes te dice que todas estas personas están aquí por amor, para ver ese amor, que esa unión de todos esos individuos reunidos en un solo lugar fue gracias a tu pareja y a ti. Que todos sacaron ese momento del día para verlos casar, eso no tiene precio. Si lo coordinas todo bien, podrás disfrutar de las fotos, del baile, de la comida, del bizcocho espectacular que se sienta atrás de ustedes, del candy bar, del verdadero bar, de todo. Pero también, si solo quieres casarte y por ahí mismo irte de viaje, no discrimino, usted haga lo que usted quiera porque al final del día la boda es suya y la goza como quiere.


Pero en realidad, cuando coordinas una boda, tienes muchos detalles y mucho tiempo para prepararte. Pero para un diagnóstico nadie te prepara. Estas noticias vienen de frente para impactarte. Como sentarte en las vías y ver el Hogwarts™ Express venir y no hay auto mágico ni varita que te saque de allí. Sobre todo, nadie te prepara para decirte que hay personas que no creen en tu condición. Tampoco te entregan un checklist diario de lo que vas a sentir en ese día ni un itinerario de los momentos de dolor o las noches de insomnio. Nadie te prepara para esto. Nadie te enseña de esta condición en la escuela o en la universidad. No estaba en la lista de condiciones y enfermedades que te embotellas para la clase de Salud, Vida y Bienestar. No la había escuchado hasta encontrarme en esa sala con mi cuerpo helado tanto del frío, como del miedo que sentía. Además de sentir los ocho perros morderme por todo el cuerpo, podía sentir que algo andaba mal. Esperando que la doctora leyera mis resultados, podía ver en sus ojos que venía otra entrevista antes de darme una respuesta. Sentía la vibra en el cuarto de que diría un nombre y no era el mío, sino de algo que desconocía. Como la serenidad y el silencio antes de una tormenta. Estaba tan confiada que todo saldría bien antes de llegar, que fui sola a mi cita. Pero esa sala fría fue el aposento donde mis sueños cambiaron para siempre. Y peor aún, no tenía a quién abrazar cuando salí más pálida que la página donde escribo de esas cuatro paredes.


Sentía mi corazón ir tan rápido como aquel tren. De momento el frío se fue y me estaba asfixiando. Abrí la puerta y la asistente me dijo el total. Me di cuenta de que no había sacado dinero y que tendría que caminar a otro edificio a una ATH®. O sea, que no podía irme directo a casa tan pronto como quería. Pero también era bueno porque quizás necesitaba más tiempo para procesarlo yo sola. Así que caminé hacia la máquina para retirar dinero para pagar el estacionamiento y la cita. La realidad es que el tiempo que pensé que ganaría para procesar la noticia, no pensé. Mi mente se fue en blanco. Había caminado de un lugar a otro en automático, como si mi cerebro se hubiera programado antes de abrir la puerta de aquella sala y de momento no recordaba nada más. Estaba haciendo fila para retirar dinero. No recordaba si miré antes de cruzar, no recordaba si me tropecé con alguien, si ayudé a alguien en el camino, si pregunté cómo llegar a la máquina. De momento había llegado. Estaba ahí. Frente a una máquina. Para insertar una tarjeta, para retirar un dinero, para pagarle a la doctora que me dijo con toda la buena intención del mundo lo que cambió mi vida. Y los ocho perros seguían mordiéndome.


Inserté la tarjeta y me pregunta: English o Español; entiendo los dos, no entiendo lo que me acaba de pasar, pero voy a escoger español para que la señora de atrás no me juzgue. Ingrese su PIN: y mi cerebro manejó la situación aunque mi alma estuviera en otro lado. Seleccione la transacción que desea realizar: quiero irme a casa, poner la última película de Harry Potter™, poner películas Disney y ver cómo Pocahontas elige a su pueblo, cómo Bella le dice “Te Amo” con tanta pasión, cómo Fling le dice “Tú eras mi nuevo sueño”, ver cómo Tiana dice “Mi padre nunca tuvo lo que deseó, pero sí lo que necesitó” y finalizar con Lion King para llorar la muerte insuperable de Mufasa. Pero oprimí Retiro. Escriba la cantidad: ¿qué cantidad? si estaba tan congelada que no conté cuántas veces me había dicho fibromialgia…¡Ah! Lo que voy a pagar…entré $40. Retire el dinero: salgan ya papeles cubiertos de microbios que me quiero ir a casa. ¿Desea hacer alguna otra transacción?: ¡Sí! dar para atrás al tiempo, cambiar los resultados, entender cómo llegué aquí. “Joven, permiso, ¿terminó?”, me dijo la señora sarcásticamente y toda impaciente por mi larga transacción de cuarenta dólares. “Sí, disculpe. ¡Buen día!”.


Comencé a caminar de regreso a la oficina. Abrí la puerta y entregué el dinero. “Midangelí verdad” me dijo la asistente mientras me entrega el cambio, “Sí…” respondí con tristeza. “La doctora te verá en dos meses para ver cómo sigues, esta es la fecha de la cita”. Tome la tarjeta y la guardé. No sé dónde, no sé si fue en la cartera, en la wallet o en el bolsillo trasero del mahón, pero la guardé. Salí por segunda vez por esa puerta, recuerdo mirar hacia atrás y percatarme que era la paciente más joven en esa sala.


Comencé a caminar hacia el ascensor, esta vez consciente pero vacía. No faltó mucho para tener que enfrentarme a otra máquina: la máquina para pagar el boleto de estacionamiento. Volví a hacer una fila y tengo la segunda máquina de frente y los ocho perros detrás. La otra máquina era mucho más amistosa, porque esta era bien inconsciente. Inserta el boleto a la izquierda, inserta el dinero a la derecha y dóblate con tu cuerpo lleno de fibromialgia a coger el cambio, luego sube nuevamente y toma el boleto para que puedas salir. Ahora camina aún más para que puedas llegar a tu carrito, abrir la puerta, cerrarla, prenderlo y guiar hasta casa, donde de verdad querías estar. Dando mil vueltas en el estacionamiento para poder salir.


Llegué a casa. Me percaté que no fui a la farmacia a dejar la receta. Llamé a mi novio para decirle que me dieron medicamentos, que si venía para casa y me acompañaba; me dijo que sí. Y fue en el parking de la farmacia que le dije que por fin pude ponerle nombre a los ocho perros. Sentí que tenía que explicarle lo que me recetaron y por qué. Como saben, pensé que era lo correcto. Total, siempre hablamos de todo. Él es mi mejor amigo. Y en ese parking fue donde nos casamos con la fibromialgia. Donde juntos decidimos sostener todos los pétalos de rosas que pudiéramos con nuestras manos. Y sobre ellas, nuestra primera boda. Esta parte ya la saben.


Familiares y amigos me hacían preguntas que en aquel momento no sabía contestar. Todavía me estaba preguntando cómo llegué a la máquina ATH®. Tenía tantas ganas de estar en casa que no me detuve en la farmacia. Pude haber comprado todos los chocolates del mundo. Había gastado veintiún dólares para poder salir de las cuatro paredes y del estacionamiento con mil vueltas. Para llegar a casa donde no hice nada de lo que imaginaba hacer. Ni tan siquiera poner a dormir a los ocho perros. Donde me senté a comer con mi mejor amigo al lado y con un apoyo increíble y palpable. Supe que desde ese día no me rendiría, pero también que nada sería igual. Llevaba sin serlo hace un tiempo. Sentí en ese comedor cómo mañana me despertaría nueva, no porque no tuviera dolor en todo mi cuerpo, sino porque nacería una nueva versión de mí. Porque mis dolores tenían nombre, mi insomnio tenía nombre, mis visitas a emergencia por costocondritis, la artritis en las manos, los malestares, las menstruaciones fuertes, la sensibilidad al frío y a la luz…todo al menos ya tenía un nombre. Y aunque no coordiné esto con todos los detalles que conlleva una boda, al menos sabía lo que lo ocasionaba. Cuando llega el tren de frente y no lo puedes evitar, en realidad no te pasa por encima. El tren se acerca y justo antes de que te impacta se detiene sutilmente justo al frente de ti y te subes. El tren va a cambiar tu vida, pero puedes lograrlo si montas las personas adecuadas en él. Así que al otro día cuando llegó la mañana, abrí los ojos, miré el techo y con mi nueva amiga, me fui a trabajar.



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