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  • Jesús Manuel

Mi Superhéroe Favorito


Mi esposa es mi mayor bendición. Ella es el aire que me sustenta. Su amor es las raíces que me mantienen firme ante toda adversidad. Su sonrisa es el faro que me guía en las noches más oscuras. Su voz es el bálsamo que sana toda herida. Sus ojos son el mar donde naufrago. Sus ocurrencias son la fuente de juventud ya que su espontaneidad y autenticidad te hacen sentir vivo. Ya tenía el anillo de compromiso para pedirle matrimonio. Ya el plan estaba “planchado” con sus padres de cómo le iba a hacer la pregunta.  El 18 de septiembre de 2015 le pedí matrimonio.  El 15 de octubre de ese año, a sus 23 primaveras, le diagnosticaron fibromialgia. 


Debo admitir que cuando me contó sobre su diagnóstico, no sabía cómo reaccionar. No tenía conocimiento de qué era eso de fibromialgia. ¿Tenía déficit o alergia a la fibra? “¡Pues eso es algo que se debe tratar fácilmente!”, pensaba. Luego de que me explicaran qué era la fibromialgia, me quedé catatónico.  “¿Cómo le sucedió esto? ¿Qué puedo hacer para que se pueda sanar?”. Esa pareja de preguntas bailaba en mis pensamientos sin cesar. Era una cacofonía de pasos que interrumpía todo pensamiento, su disonancia retumbando contra mis sentidos. Miraba la sortija con detenimiento a cada oportunidad como si fuera a encontrar la respuesta en el fondo de un diamante.


Me imaginaba que esto sólo sería una historia jocosa o de superación que le contaríamos a nuestros hijos.  En la inmadurez de la juventud, accedí al “reto”. Total, ya sabía que ella era con quien único me veía de ahí a 125 años. Ese fue mi primer error. Ver la situación como un “reto”. Sin darme cuenta, la falta de conocimiento y empatía fueron las semillas que poco a poco crecerían y se convertirían en una maleza de dolor y falta de comprensión.


Esos primeros meses luego de pedirle que se casara conmigo fueron una montaña rusa de emociones. Una montaña rusa sin cinturones de seguridad, a alta velocidad y en total oscuridad. No teníamos manual de instrucciones ni tan siquiera una Magic 8-Ball. Era la personificación del poema de Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar.”


Llego el gran día, como mi radiante esposa escribió una vez. Fue un día mágico. Estar en la iglesia y ver a Midangelí caminando hacia mí es un recuerdo indeleble. Mi aliento naufragó en el vasto océano de su belleza y mis ojos se llenaron de lágrimas. Caminando hacia mí, venia una visión que llenaría a la misma Afrodita de celos. Para mí en esa iglesia no había nadie más; solo ella y yo. 


Llegamos de la luna de miel y comenzamos a convivir como esposos. Admito que ese choque cultural fue fuerte. Yo, un ser que se deja llevar; una hoja en la brisa de la vida. Ella una persona organizada, una artesana que le da forma y estructura a su alrededor. Tan organizada que se molestaba cuando no guardaba la leche en la nevera de una manera en particular. Era una experiencia con todo el potencial de crear fallas en la estructura de nuestro matrimonio, pero no sucedió. Al contrario, esa experiencia fortaleció nuestra relación.  Fue el vendaval que chocó con nuestro árbol de amor y causó que sus raíces se fortalecieran.


Todo iba viento en popa. Aún con la fibromialgia, nuestras vidas seguían de los más normal. Cada vez que necesitaba mi ayuda, ahí estaba. Aprendí a anticipar sus necesidades para que no tuviera que pedirme que la ayudase. Me dediqué a su bienestar con pasión y esmero. Aun cuando mi cuerpo no daba para más, estaba presente. Claro, nunca permitía que ella supiera que mi cuerpo no daba más. Cada vez que preguntaba si estaba bien, le daba una sonrisa y un beso en la frente. En mi mente, era Atlas cargando el peso del cielo y no iba a permitir que ella lo supiera y así evitar que se preocupara.


Las conversaciones llegaron a ser cíclicas pues ella sentía que no le estaba diciendo todo. Podía vislumbrar que algo me callaba. Era como si pudiera ver una que otra nube en el cielo que llevaba sobre mis hombros. Yo escuchaba sus palabras, pero no lograba interpretar sus miradas ni su frustración. Es probable que esto era porque yo la escuchaba con la intención de defenderme porque solo veía un lado de la situación. Solo cuando todo lo demás fallaba, ahí es que buscaba el significado de su lenguaje no verbal. Y ese era el problema. No fue hasta que decidí ponerme en sus zapatos que pude entender que no era una crítica de la ayuda que le brindaba. Fue entonces que entendí la cita “escuchar es el camino a la sabiduría solo cuando es el resultado de una decisión consciente y no un vacío de percepción”.


Los pacientes de fibromialgia no buscan que consigas la cura. Tampoco buscan que consigas la manera de eliminar su dolor, eliminar el “fibro fog”, ni que hagas todo por ellos. Los pacientes de fibromialgia solo quieren que se les entienda su dolor, quieren que seamos empáticos. No es que se haga todo por ellos. No es que estarán toda la vida viviendo con las pastillas y nada más. Los pacientes de fibromialgia quieren VIVIR. Quieren que el mundo sepa de su dolor, pero no les cojas pena. Que el mundo entienda que necesitan ciertas ayudas pero que los come por dentro tener que pedirla. Porque para los que no tienen fibromialgia, esa enfermedad no es nada más que una condición más. Para los pacientes, es un bulto que cargan toda su vida en contra de su voluntad ocasionándole un gran dolor por todo el cuerpo. Es un bulto que tiene a muchos pacientes en depresión y con ataques de ansiedad. Porque esa es otra cosa, el sufrimiento es físico y a la vez mental.


No es hasta que vives con un paciente de fibromialgia que aprendes esto. Algo tan sencillo como abrir una botella de agua se convierte en misión imposible. Eso crea ansiedad y estrés que amplifican el dolor. Es vivir en un estado permanente de dolor donde respirar se convierte en una tarea Hercúlea. Es sentir como tus compañeros de toda la vida, tus manos, se convierten en el enemigo nefasto que no te deja agarrar un bolígrafo.


Hoy día, entiendo a mi esposa. Reconozco que no sabré cómo se siente que tu cuerpo que lleva toda la vida contigo, te traicione. Reconozco que no sé cómo se siente que tengas una idea, un pensamiento, y se pierda en la tiniebla. Que jamás sabré que es escoger morir lentamente de calor, ya que el frío es una tortura digna de Prometeo. Pero más que cualquier otra cosa, reconozco que mi esposa Midangelí es una mujer osada digna de entrar a Monte Olimpo.


Es por eso por lo que mi esposa es mi heroína. Cada día que pasa el amor y orgullo que siento por ella aumenta aún más. Ella me pregunta que cómo es posible que la ame así cuando ella esta tan “destruida”. Yo le contesto: ¿cómo no amarla más? Si es la persona de quien me enamore hace tantos años y aún más. Tiene el mismo corazón de oro, la misma mente brillante y los mismos ojos que iluminan mi vida como la estrella de Belén. Y más aún, tiene la fuerza de poder sonreír, con todo y el dolor, y ser ese apoyo que necesito cuando siento que el mundo se cae encima. Simplemente, las personas con fibromialgia son seres de luz bajados del mismo Cielo. Y sí, tienen sus días malos. Días que el respirar de las personas se siente como un grito en el oído a una persona con migraña. Sin duda alguna, los pacientes de fibromialgia son superhéroes. Y mi esposa es mi superhéroe favorito. Más que eso, es mi mayor orgullo y bendición. Solo le pido a Dios que me alcance la vida para poder cuidarla siempre y darle el amor y atención que merece. 


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